Santiago generalmente, se ve como una ciudad que se olvida de sí misma, que se olvida de su gente y de la riqueza que tiene en sus calles antiguas, en los viejos edificios y en las viejas costumbres. Una urbe marcada por el color gris del concreto y con una marea de blancas y bulliciosas micros (que una vez fue amarilla).
Al recorrerla con mi cámara pude ver un Santiago completamente distinto, ver detalles que se pierden cuando se es un transeúnte apurado que tiene que hacer muchas diligencias, de esos que sobran por el Paseo Ahumada.
Pude detenerme en esa gente que es la que permanece ahí todo el día, no los que van apurado, los que verdaderamente viven en el centro de Santiago, vendedores ambulantes, gente que vive en la calle, cerrajeros de la Plaza de Armas hasta el ya clásico local Don Pepe. Aprendí a moverme entre galerías para acortar camino o para no ser molestado por esos indeseados lanzas del centro.
Para conocer Santiago realmente hay que detenerse y observar, observar mucho, así se comprenden cosas y realmente se sabe dónde uno está parado.
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