Prólogo

Soy de Santiago y también de Puerto Montt. Nací y crecí en el Santiago de los ‘60 y ‘70, con una vida de barrio. Mis hijos también tuvieron vida de barrio en el Puerto Montt de su niñez, de los 80. En ese Santiago y ese Puerto Montt se jugaba en las calles hasta que anochecía, sin miedos.

Cuando llegué a Puerto Montt en 1985 me preguntaron si estaba alentadito o privado, me caloraron la sopa, y escuche el “Jué” para todo… Eso lo entienden clarito los puertomontinos aún. A los santiaguinos no logro distinguirlos por algo característico en común, salvo su estrés.

Si hay algo que caracteriza a la gente de todo Chile es su capacidad de crítica. De Santiago moderno se me viene a la mente la Costanera Norte, donde se resalta en demasía sus tarifas, los problemas de accesos y se escucha frecuentemente noticias de espectaculares accidentes y muy poco reconocimiento a la obra misma. En paralelo, en Puerto Montt, una nueva rotonda de acceso a la ciudad y que soluciona muchos de los problemas preexistentes y no concesionada (o sea gratuita), ha sido criticada casi sin reconocerse nada positivo. Como ingeniero podría aportar muchos argumentos técnicos para las críticas. Por supuesto siempre todo pudo ser mejor. Bueno, si se destinasen más fondos, si hubiese mejores planificadores, si fuésemos más desarrollados sería otro el cuento.

¿Por qué son los extranjeros quienes pueden ver lo bueno de lo nuestro? Uno escucha de ellos cosas que parecen extrañas, como que Santiago es bonito, el clima es muy bueno y hasta que es una ciudad segura. Para descartar localismos, una destacada visita a Puerto Montt, Juan Pablo II, exclamaba sobre la belleza de la zona cuando lo llevaron desde Angelmó hasta el muelle de la costanera, un viaje muy simple pero que no está disponible ni para los puertomontinos ni para los turistas.

Los lentes de estos jóvenes fotógrafos captan instantes de las ciudades de estos días, miran con otros ojos la realidad cotidiana, eternizan en imágenes un momento cualquiera de la vida en la ciudad, de personajes anónimos y permiten ver mucho de lo que los propios habitantes de las ciudades no pueden ver. La verdad es que en ese contexto poco importa el alto de sus edificios, los m2 del mall, lo moderno de sus carreteras, ni nada de ese estilo. Lo que importa es ver la sintonía de sus habitantes con el entorno, si hay sonrisas en sus rostros, si son capaces de reconocer las bellezas que los rodean, si su cotidianeidad es vivible. En estas fotos de un santiaguino y de una puertomontina ustedes podrán apreciar algo difícil de describir y comentar, una expresión de arte. Las fotografías son gentes comunes y corrientes que viven en lugares distintos, es lo que fotógrafos distintos vieron en ciudades distantes casi 1026 km.

Las ciudades serán realmente grandes cuando los santiaguinos aprecien la majestuosa cordillera, vean un río que deje de ser sinónimo de cloaca, entiendan que viven en uno de los valles más fértiles, no se consuman por el estrés y cambien ellos mismos sin echarle la culpa a los tacos o a la delincuencia. Y por otro lado, cuando los puertomontinos aprendan a mirar y utilizar el mar, admirar su ciudad, vivir en sintonía con ese maravilloso entorno, haciendo que la lluvia sea más amistosa en la vida diaria. Cuando se llegue a esta grandeza, los lentes debieran reflejarlos; por ahora veamos la realidad del momento, que no es tan mala como la misma gente cree.



Marcelo Aguilera
Santiaguino, residente de Puerto Montt
Ingeniero Estructural

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